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REVISTA VILLENA 1997

REVISTA VILLENA 1997

OTRO VILLENENSE ILUSTRE: DON JUAN PIÑERO OSORIO.



Hace ya más de treinta años que en el número 10 del periódico local «EL JUEVES», correspondiente al extraordinario que se editó en el mes de septiembre de 1899, en una referencia sobre los hijos célebres que nuestra ciudad, de los que enumera a diecinueve -tres de ellos mujeres-, leía por primera vez el nombre de «El Ilmo. D. Juan Piñero, Obispo de Calahorra, nació en esta en 1598. Murió electo de Pamplona».

Don José María Soler García, en «La Relación de Villena de 1575» obra de gran relevancia para el investigador de temas locales, cita en ella el linaje de los Piñero y una sucinta biografía del prelado. Igualmente, en el amplio expediente que se envía a S.M. Fernando VI por D. Josef Ignacio, en nombre propio y en el de su hermano, D. José Antonio López Oliver y Texedo, vecinos de la ciudad de Murcia y oriundos de Villena, para que se les conceda en aquella población el estado que les corresponde « (...) en atención a que todos sus descendientes, habían sido y son caballeros hijos Dalgo notorios de sangre (...)», figura en cuaderno separado su nobleza.

Menciona, entre otros, a « (...) Doña Isabel Fernández de Palencia, que fue Bisabuela de Don Juan López Piñero Fernández de Palencia, Tío del Suplicante. y uno de los más sabios, y grandes Prelados de su tiempo. «Fue “sigue diciendo” « (...) muy estimado del Señor Rey Don Felipe IV y muy servidor de la Corona (...)».

En estos y otros documentos consultados, existen evidentes inexactitudes sobre la fecha de nacimiento y apellidos del insigne mitrado.

Doy crédito a la del 15 de agosto del año 1598 que figura en la obra «Teatro Eclesiástico...» de su coetáneo Gil González Dávila, editada en 1647, que añade fue bautizado en la iglesia de Santiago el día 18 del mismo mes, y al testamento, cuyos nombres y apellidos figuran como los de JUAN PIÑERO OSORIO.

Nuestro paisano era hijo de Alonso López Osorio, familiar del Santo Oficio, y de Doña Catalina Piñeiro, vecinos de Villena, cristianos viejos —aquéllos que descienden de cristianos sin mezcla conocida de moro, judío o gentil— y libres de toda sospecha, hidalgos, limpios de sangre y nunca penitenciados por el Santo Oficio, según se deduce de las declaraciones efectuadas por los testigos, cuando se despacharon las diligencias en la presentación para obispo.

Don Alonso tenía de su primer matrimonio al menos tres hijos, y los tres sacerdotes: Adeodato, Prior del Convento de Nuestra Señora de las Virtudes en los años 1641, 1646 y 1647; Francisco, Canónigo de la Catedral de Calahorra, investido a principios del mes de diciembre de 1644 y Juan, objeto de nuestra investigación. Y dos hijas de un segundo matrimonio con Doña María de Medina.

Desconozco antecedentes de su infancia y adolescencia. Lo más conveniente, en mi opinión, sería que de la mano de González Dávila, su primer biógrafo, sigamos su trayectoria hasta situarlo en el momento en que por Su Majestad Felipe IV es presentado para el Obispado de Calahorra. Dice que estudió gramática en su patria, Villena, Retórica en Valencia, Artes y Teología en Alcalá. Se graduó de Doctor en la Universidad de Osma y, posteriormente, en la de Alcalá de Henares, donde fue Catedrático de Artes y sustituyó la de Teología.

Tomó su hábito en el año 1623 —perteneció a la Orden de los Dominicos— y muy pronto destacó como orador sagrado, predicando su primera Cuaresma en la Parroquia de San Andrés de Valencia, y al poco tiempo volvieron a requerirlo para la que se celebró en la de San Juan del Mercado de la misma capital. Su primer destino como sacerdote fue la iglesia de San Martín de Segovia, y estando ejerciendo en ella se le nombró Visitador de aquel Obispado. En el mes de diciembre de 1627, cuando contaba Don Juan 29 años, tomó posesión del Canonicato Magistral de Púlpito de la Iglesia de León, o lo que es lo mismo, de predicador del Cabildo. A los pocos meses obtuvo en una oposición la Magistral de Cuenca, y a los 32 años se le nombró Consultor y Calificador del Santo Consejo Supremo de la Santa Inquisición. Fue adquiriendo una gran fama como orador sagrado, lo que le llevó a predicar algunos sermones al Rey Felipe IV, tanto en su Palacio Real como en la Corte, a los que asistió en alguna ocasión Gil González Dávila, cuyo testimonio, por ello, es de excepcional interés. Al parecer, uno de los más importantes, lo pronunció el 28 de mayo de 1642 en Cuenca.

Debió causar una grata impresión a S.M., que allí se encontraba de paso hacia Cataluña, porque cuando llegó a Molina de Aragón lo presentó para obispo de Calahorra, facultad que tenían los reyes y que generalmente sancionaba el Santo Padre.

¿Cuál sería el motivo que determinó la presentación Real para destino tan importante cuando indudablemente existirían innumerables candidatos? Uno de ellos pudo ser el conocimiento personal que de él tenía Felipe IV, y como dice Dávila, lo hizo acreedor la «DIGNIDAD DE SUS LETRAS, LA PERSEVERANCIA EN LA VIRTUD, EL CELO DEL APROVECHAR LAS ALMAS, Y EL BUEN EJEMPLO DE VIDA; NO LA RIQUEZA, NO LA AMBICIÓN, QUE NO CRIAN SUJETOS TALES, LA HUMILDAD SÍ, Y EL CONOCIMIENTO PROPIO». Fiel retrato de lo que sería su vida. Nuestro ilustre paisano conoce la noticia en el mes de julio de 1642. El 26 de este mismo mes escribe al Deán y Cabildo de la Catedral de Calahorra, y el

2 de agosto a su ciudad natal, dando cuenta del honor que se le ha hecho. El Papa Urbano VIII lo nombró Obispo de Calahorra el 13 de julio de 1643. Prestó su juramento ante el Nuncio en agosto del mismo año. El 4 de octubre fue consagrado en el Convento de San Jerónimo de la capital de España, e hizo por fin su entrada en la Diócesis el 22 de octubre del citado año. Desde la muerte del anterior obispo,

 

D. Gonzalo Chacón Velasco Fajardo, que se produjo el 27 de mayo de 1642, hasta la toma de posesión de D. Juan Piñero, transcurren exactamente un año, cuatro meses y veintiséis días. La tardanza no se justifica en este caso, por encontrar la persona más adecuada para proveer la Diócesis, características de la misma, declaración de testigos..., puesto que Felipe IV, que ya lo conoce personalmente, lo hace casi de inmediato y aquellos testifican al poco tiempo. Más bien podría deberse, entre otros motivos que no podemos precisar, a que el conjunto de bienes que quedaban tras la muerte del prelado, o los beneficios que se producían hasta la toma de posesión del sucesor, los disfrutaba el Vaticano, hasta que por el Concordato del año 1753, fue concedida su administración al Estado. Era lo que se denominaban Expolios y Vacantes. Muy claro lo dice Domínguez Ortiz en «Las Clases Privilegiadas de la España del Antiguo Régimen»: « (...) ambas Cortes querían aprovecharse de los bienes de los obispos que morían y de los frutos de las Sedes vacantes». Las demoras en la provisión de las Sedes eran en extremo perjudiciales. No solamente afectaban a su buen gobierno, sino que perjudicaban fundamentalmente a los pobres, que dependían para subsistir de las limosnas que les daban, sobre todo en tiempos de escasez o extrema necesidad.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Portada de la Catedral de Calahorra



Mapa correspondiente a la Diócesis de Calahorra y La Calzada

 

Y así lo manifiesta el mismo historiador: « (...) era opinión corriente entre moralistas y canonistas que todo aquello que excediera de un decoroso sustento de su persona y de las cargas propias de su función pertenecía de derecho a los pobres, en cuyo provecho debían administrarse las riquezas que percibían». Cuando el obispo Piñero llegó a Calahorra, Diócesis que podía calificarse de categoría intermedia, en la que habían tenido grandes problemas otros prelados, se encontró con una serie de enormes dificultades. Una de ellas era la extensión, pues su jurisdicción comprendía La Rioja, toda la provincia de Álava incluido el Condado de Treviño, casi todo el Señorío de, Vizcaya y otros territorios de Guipúzcoa y Navarra; con dos Sedes Episcopales, Calahorra y La Calzada, pese a lo cual hubo obispos que residieron en Logroño, que no tenía catedral, sino la Colegiata de Santa María la Redonda. Los de Calahorra consideraban a su ciudad como cabeza del Obispado, y habían existido obispos que en doce años no habían entrado en ella.

 

Los de La Calzada defendían sus derechos de jurisdicción para juzgar, corregir y castigar a los capitulares que hubieran incurrido o incurrían en falta o delito. Continuaban los problemas por fijar la residencia de los prelados, aún a pesar de acuerdos que habían sido suscritos, reparto de prebendas; gran número de pobres que atender, y otras cuestiones cotidianas que también reclamaban su atención.

Pero uno de los grandes conflictos, común a todas las Diócesis, era el enfrentamiento que por la defensa de sus privilegios se producía, casi inevitablemente, entre el Obispado y los Cabildos. En definitiva, Calahorra era Diócesis de muchas y enconadas tensiones. Juan Bautista Vilar, en su «Historia de Orihuela» define así estos conflictos: «Dignidades y canónigos son en la época individuos celosos de sus prerrogativas, arrogantes, casi pendencieros a fuerza de ociosos e in- merecedores de sus sinecuras».

 



Portada de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada.

 

A grandes rasgos ésta fue la situación con la que se encontró D. Juan Piñero Osorio.

Más que por su experiencia para resolver estas complejas situaciones, que evidentemente la habían adquirido al pertenecer a los Cabildos de las iglesias de León y Cuenca, tendría que poner de manifiesto un talante de hábil negociador para procurar un consenso que las solucionara satisfactoriamente para todas las partes.

 

La primera determinación que adoptó el Dr. Piñero, apenas conocido su nombramiento, fue iniciar cordiales relaciones con el Deán y Cabildo de la Catedral de Calahorra. La comunicación que les dirige el 26 de julio de 1642, a la que ya hemos hecho mención, es modelo de humildad y deseo de servicio al decirles que sólo va como su compañero... Otra buena prueba de ello es el escrito que con fecha .28 de junio de 1644 envía al Deán, que ha resuelto las diferencias habidas al sufrir el Maestro de Capilla de dicha Catedral una agresión, y le dice entre otras cosas: «Bien se echa de ver cuán cristianamente obra usted en todas sus acciones, dándonos ejemplo de lo que debemos hacer para no errar a los ojos de los hombres y para merecer muchos agrados a los de Dios 1_1». (Versión con grafía actual). En el mes de abril de ese mismo año, a los seis meses de su toma de posesión, manifiesta por carta sus deseos de vivir temporadas en Calahorra —téngase en cuenta que debía visitar una Diócesis muy extensa y no podía fijar su residencia de forma definitiva—. La alegría y contento de los Calahorra nos es tal, que entre la Iglesia y las ayudas de la ciudad le construyen un Palacio para que pueda cumplir sus deseos.

Durante más de ciento veinte años, en ocasiones con extrema virulencia, permanecía el litigio entre los obispos y el Cabildo de La Calzada.

El problema tenía su origen en si el Obispo podía juzgar a sus capitulares en cualquier lugar de la Diócesis, sólo él, o con los Jueces nombrados por el Cabildo, y otras variantes sobre el mismo tema. Los canónigos se oponían radicalmente a que se procediera fuera de la ciudad, salvo en ciertas excepciones, pero exigían que si el obispo se encontraba en ella se juzgaran allí. Los grandes deseos de concordia, paz y reconciliación de Don Juan, propiciaron la firma de un CONVENIO compuesto por siete Capítulos, que puso fin a un largo período de hostilidad con dicho cabildo. El Papa Inocencio X, aprobó el documento el 13 de diciembre de 1646, mediante una Bula que expidió en dicha fecha. Transcurrieron 27 años y ocuparon la Sede seis prelados, sin que en este problema se produjera novedad. Pero en el año 1673, con el obispo Gabriel de Esparza, renace de nuevo el pleito. Los de La Calzada invocan la Bula de Inocencio X que sancionaba el acuerdo realizado con el obispo villenense. Por fin, después de innumerables reclamaciones, la Rota Romana, con fecha 20 de febrero de 1679, cursa una nueva ejecutoria a favor del Cabildo y en contra del Prelado, dando validez a la Concordia firmada con Piñero Osorio. «Noticiada al obispo el 22, se da éste por enterado el 24 de abril». En mi criterio, sin desmerecer otras actuaciones, el Convenio fue su obra maestra.

La lectura de otros muchos escritos que he tenido la oportunidad de consultar, hace que me atreva a calificarlo como hombre ecuánime, amante de la justicia, ponderado y humilde. En la primavera del año 1647, ocurre un hecho de gran importancia para la vida de nuestro ilustre paisano. Don luan es promovido por Su Majestad para el obispado de Pamplona. Al igual que cuando fue presentado para el de Calahorra, lo comunicó a su ciudad. En la reunión celebrada por el Cabildo villenense el día 23 de junio de 1647, se dio cuenta de haber recibido un escrito, en el que el Doctor Piñero viene a decir que el ascenso lo pone a disposición del pueblo que lo vio nacer,

y que se ofrece incondicionalmente desde su nueva responsabilidad.

 

Después de la alegría de los primeros momentos de la designación, y de comunicar a su ciudad la buena nueva, Don Juan debió de realizar una reflexión sobre el grave problema económico que con la aceptación tendría que resolver.

No había terminado de pagar los gastos de su nombramiento para la Sede de Calahorra; el importe de las bulas, derechos de curia, traslado a la capital Navarra, etc..., le suponía incrementar su deuda de una forma considerable, y esa circunstancia le llevó a renunciar, en repetidas ocasiones, al gran honor que se le hacía.

Pero Su Majestad no estaba dispuesto a admitir la renuncia, y por medio de su confesor le ordenó «que aceptase y no replicara más». Ante esta orden no tuvo otro remedio que iniciar las gestiones para trasladarse a Pamplona. La consecuencia fue contraer nuevas deudas —tuvo que solicitar un préstamo que ascendía a 13.900 ducados para amortizarlo con las rentas que obtuvieron en su nuevo destino—, y cuando ya había ultimado los trámites, por supuesto pagados todos los derechos, incluso enviado « (...) cuatro carros de cuadros, colgaduras, muebles, alfombras y libros (...)», y se disponía a tomar posesión de su nueva Diócesis, le sobrevino la muerte en Calahorra el martes día 24 de diciembre de 1647.

 



Retablo de la Capilla de Santa Ana en la Catedral de Calahorra, donde fue enterrado Don Juan Hilero Osorio. Estilo Barroco de principios del siglo XVIII.

 

No debía encontrarse bien de salud D. Juan Piñero, porque el jueves 5 de diciembre —diecinueve días antes de producirse el óbito— se hallaba enfermo, según el médico, de «calenturas continuas», y decidió redactar su testamento de «letra y mano» de su capellán.

El documento, cerrado y sellado, lo entrega el mismo día, ante siete testigos, a D. Francisco Martínez de Nieva, escribano del Rey y del número de la ciudad de Calahorra.

Nuestro insigne paisano era un gran devoto de su Patrona, la Virgen de las Virtudes. Lo manifestó expresamente, obsequiándola con dos coronas de plata de hechura imperial —una para el Niño—, que se incluyeron por primera vez en el inventario realizado el 11 de junio de 1646, siendo Prior del Convento el Padre Fray Eugenio del Castillo, lo que me lleva a pensar que bien pudo ser un regalo motivado por su nombramiento como obispo de Calahorra. Lo evidencia, asimismo, en otra circunstancia. Debió olvidar Piñero redactar una cláusula en su testamento, por-que al ser cerrado, que es el que se otorga por escrito bajo cubierta sellada, que no puede leerse hasta después de la muerte del testador, el escribano, en el documento de recepción, redacta el párrafo siguiente: «(...) que por cuanto su ilustrísima ha tenido y tiene intento de ensanchar la capilla de Nuestra Señora de las Virtudes de la ciudad de Villena, manda que a costa de su ilustrísima se ensanche la dicha capilla como el coste de ello no pase de veinte mil reales de vellón porque hasta en dicha cantidad quiere se atienda esta manda». (Versión con grafía actual). Además, en otra de sus disposiciones solicita se le dé sepultura en la capilla de Santa Ana de la catedral de Calahorra, pero «por vía de depósito», ya que su deseo es que pasado un año se trasladen sus restos, con la menor pompa, a la ciudad de Villena, dándoles sepultura en la capilla mayor del Convento de Nuestra Señora de las Virtudes, donde dice, están enterrados sus ascendientes, tanto paternos como maternos, acompañándolo los Cabildos de Santiago, Santa María, los padres del Convento de San Francisco y doce pobres que lleven doce hachas.

 

Es muy posible que sus cenizas descansen en la cripta del Altar Mayor del Convento, pues en una anotación del Acta Capitular de la Catedral de Calahorra de fecha 22 de febrero de 1653, se autoriza a su hermano D. Francisco a que traslade los restos a Villena, aunque no seré yo el que se atreva a asegurar que se encuentran en dicho lugar, pero tampoco lo descarto.

 

Deja patente su pobreza cuando manifiesta que como apenas tiene con qué enterrarse, que el Deán y el Cabildo, sus hermanos, lo realicen como estimen por conveniente, (...) y con el menor gasto que pareciere a mis cabezaleros», o sea, a sus albaceas.

 

Sigue diciendo, que al tener muchas deudas por pago de bulas, compras necesarias, donativos precisos a Su Majestad, limosnas a soldados y súbditos de su Obispado, que si no hubiere con qué pagarlas, se obtengan los correspondientes permisos del Deán, Cabildo y Autoridades, para que del Palacio que le dio la Iglesia y las ayudas de la ciudad, « (...) se hagan tres o cuatro casas y de ellas se saquen lo que se pudiere (-1». Cita a familiares y otras personas, y pide perdón a todos sus criados, porque por su pobreza no les puede dejar más que 100 reales a cada uno y un luto de bayeta de Sevilla.

 

Desea que lo que quedare, después de pagadas sus deudas, lo herede en usufructo su hermano D. Francisco, dando cuenta a los Cabildos Eclesiástico y secular de la ciudad de Villena, que han de ser los Patronos de la Obra Pía que se ha de fundar cuando éste fallezca.

 

Las rentas de dicha Obra estarán destinadas a estudiantes parientes de su linaje, y, en su defecto, que la gocen «los hijos naturales de la dicha ciudad -Villena- prefiriendo siempre el más pobre y de más calidad». El 20 de mayo del año 1650 el canónigo D. Francisco Piñero Osorio escribe al Ayuntamiento, solicitando su ayuda para que se le devuelva por la Curia Romana lo que el Obispo, su hermano, abonó por la Media Adata -«Derecho que se pagaba al obtener ciertos títulos, empleos o beneficios»-, y una cantidad considerable de dinero por el coste y gastos de la expedición de las Bulas para la Diócesis de Pamplona, ya que no tomó posesión de la misma. El Consejo, Justicia y Regimiento de la ciudad otorgó los poderes que D. Francisco solicitaba. No debió dar resultado la gestión del canónigo, ni la de los apoderados, porque de la Obra Pía, que nosotros tengamos constancia, nada más se supo.

 

Don Juan PIÑERO OSORIO, falleció a los 49 años. Sainz Ripa dice de él que AMÓ LA ARMONÍA Y LA CONCORDIA, MURIÓ CARGADO DE DEUDAS, RIGIÓ LA DIÓCESIS CON BONDAD Y CONSI-GUIÓ ACERCAR POSICIONES ENTRE LA MITRA Y LOS CABILDOS.

 

Esto último, en mi opinión, fue uno de sus mayores logros; no sólo porque resolvió un gravísimo problema en su Diócesis, sino porque sirvió de ejemplo para que las demás tomaran el camino de LA PAZ Y LA RECONCILIACIÓN.

Para conseguirlo utilizó una virtud que le era innata: LA HUMILDAD.

 

Considero que no debemos olvidar nunca a nuestros hombres y mujeres ilustres, porque si los recordamos, jamás morirán definitivamente.

 

Piñero Osorio siempre tuvo presente a su ciudad natal y a su Patrona, atendió a los pobres y necesitados, o lo que es lo mismo, cumplió con el más importante Mandamiento de Jesús: EL AMOR. Por todo ello, bien merece que su pueblo lo recuerde.

 

ÍNDICE DE FUENTES

• Archivo Municipal de Villena.

• Archivo de la Catedral de Cuenca.

• Archivo de la Catedral de Calahorra.

• Archivo Histórico Provincial de La Rioja (Logroño).

• Biblioteca de la Real Academia de la Historia. Madrid.

• Biblioteca Nacional.

• Prensa Villenense.

• Biblioteca Municipal de Villena: - Fondo General. - Legado «Juan Bautista Vilar Ramírez».

 

BIBLIOGRAFÍA

Abellán García, Salvador: Boletín «La Corona». Nº 1 del 1 de septiembre de 1921. Villena.

 

Domínguez Ortiz, Antonio: «Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen». Madrid, Ediciones ISTMO, 1973.

 

Fernández Pérez, Gregorio: «Historia de la Iglesia y Obispos de Pamplona». Madrid, Imprenta de Repullés, 1820.

 

García Luján, Máximo: «Historia del Santuario de Nuestra Señora de las Virtudes». Novelda, Ayuntamiento de Villena y C.A.M., 1988.

 

Goñi Gaztambide, José: «Historia de los Obispos de Pamplona», s. XVII. Pamplona, 1987.

 

González Dávila, Gil: «Teatro Eclesiástico de las Iglesias Metropolitanas y Catedrales de los Reinos de las dos Cartillas». Madrid, Pedro Horna y Villanueva, 1647.

 

Sainz Ripa, Eliseo: «Sedes Episcopales de La Rioja (siglos XVI-XVII)». Logroño, Cícero, 1996.

 

Soler García, José María: «La Relación de Fullera de 1575». Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1969.

 

Vilar Ramírez, Juan Bautista: «Orihuela, una ciudad valenciana de la España Moderna». Murcia, Patronato «Ángel García Rogel»,1981.

 

 

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